Dejamos
atrás el monasterio de San Vicente do Pino, y el rió Cabe, donde se
reflejaba la orilla multicolor de las flores, y las gotas de lluvia
dibujaban círculos al caer.
El
viaje ahora estaría presidido por la ansiedad de la llegada, el
misterio de mi reacción después de ocho años sin haber tenido
fuerzas suficientes para volver.
En
el salón de mi casa tengo como un gran tesoro un legado de gran
valor sentimental, un barco hecho a mano, pedazo a pedazo, mástil
por mástil vela por vela, con mil detalles, que es una replica de
una Bombarda construida en el año 1682 llamada” la Valiente”.
Me
la entrego una persona muy querida cuando su creador ya nos había
dejado, y sus palabras al entregármela fueron-” toma el barco que
hizo tu padre, haz honor a su nombre ahora te toca a ti ser La
Valiente”.
La
miro, la he contemplado durante estos ocho años, sus diminutas
escaleras, su barandilla algo rota, su campana en el puente, su proa
coronada, y su popa con ese farol y el estandarte. Me faltaba la
valentía, y mi cobardía me bloqueaba, quería ir a ese lugar donde
tan feliz había sido pero también tan desdichada, el recuerdo
traumático de dejar en aquel mar al hombre que mas significo en mi
vida me frenaba una y otra vez, aunque en el fondo de mi sabia que
tenia que volver y enfrentarme de nuevo con ese mar y lo que
encerraba.
Llovía
a mares, y faltaban pocos kilómetros para llegar, el corazón me
palpitaba a cien por hora, después de una curva cerrada y de divisar
el verde y la piedra de las casonas de la zona, aparecimos
directamente en la carretera que lleva al mar, mar con temporal, otra
vez mis lagrimas y la lluvia volvieron a ser una sola cosa, y casi no
me dejaban ver aquella vista marinera de la bahía de Baiona.
De
forma instantánea me vi a la entrada del parador y del acceso al
club de yates, parecía de noche y era solo mediodía, los barcos se
movían balanceándose por las olas grises, anclados sin poder
navegar. Luego el túnel, las almenas, los acantilados, las rocas, el
verde y los pinos. Otra vez allí, con lagrimas en los ojos pero con
la suficiente valentía para acercarme al epicentro de mi dolor.
Subí
la recordada y gigantesca escalera de piedra casi sin darme cuenta,
al entrar en la habitación me apresure a abrir la ventana, y allí
estaba, frente a mi, magnifica, inmensa, esa vista que tengo grabada
en mi memoria y en mi retina... y en otros lugares mas recónditos
menos tangibles.
La
vista era justo la que tenia que ser, podía divisar las Cíes y las
dos islas mas cercanas entre el parador y ellas. Muy pronto me sentí
reconfortada, las lágrimas me ahogaban, pero no podía estar mas
cerca de lo que ahora estaba de ese lugar, de su esencia, de su alma,
de él.
Y
otra vez mientras escribo vuelven a mi esas olas, esos cielos grises
y oscuros y las lágrimas que lo emborronan todo.
Pude
disfrutar del lujo del encuentro con seres muy queridos y abrazarlos
como nunca antes los había abrazado, sentir su energía y su
calidez, y tener la certeza de que había merecido la pena volver.
No
dejo de llover durante toda la estancia en tierra celta, pero creo
que el cielo era acorde con mi estado anímico y me acompañaba con
su incesante llanto en forma de lluvia.
El
día de la partida bordeamos todo el camino del fuerte del parador,
bajamos hasta la playa y caminamos por su vereda junto al mar hasta
llegar a su final.
Nunca
he conocido un paseo tan melancólico y hermoso, un paseo de un lugar
tan conocido y a la vez tan temido, lleno de olor a pinos a sal, a
brisa y a hierba ,y con mi mirada clavada en uno de los islotes casi
gemelos que preceden a las" islas de los Dioses" como las
han llegado a llamar.
Esta
vez no podría ir en barco, pero mi ofrenda la depositaria desde una
de las rocas que asomaban a la bahía ,allí deslice unas pequeñas
flores blancas y la espuma de una ola se acerco a recibirlas y se
encargo de llevarlas un poco mas adentro de ese mar que tanto guarda
y tanto quiero. Me costó girarme y abandonar el lugar, y hacia
interminable la despedida, observaba aquellas islas, aquel océano
alterado, pero con la promesa de volver tan pronto como me sea
posible, una promesa extensible no solo al mar.
De vuelta a casa añorare esa ventana Atlántica y esa brisa con briznas de espuma, y hasta que vuelva contemplaré a mi valiente Bombarda anclada en el puerto ficticio del salón de mi casa, muy cerca de otro bravo mar, no tan lejano a aquel ,donde está ese paraíso que componen las llamadas "islas de los Dioses".
De vuelta a casa añorare esa ventana Atlántica y esa brisa con briznas de espuma, y hasta que vuelva contemplaré a mi valiente Bombarda anclada en el puerto ficticio del salón de mi casa, muy cerca de otro bravo mar, no tan lejano a aquel ,donde está ese paraíso que componen las llamadas "islas de los Dioses".
Una suerte poder contemplar el atlántico desde un entorno tan bonito como el de la isla de los dioses. Espero que vuelvas muchas veces más y que seas más feliz si cabe. Un beso.
ResponderEliminarGracias Jesus,me encantaria volver una y otra vez, pero hasta entonces viajo mentalmente hasta ese paraiso.Besos
ResponderEliminarQue bonito escribes Carolina y verdaderamente eres "La Valiente". Un beso.
ResponderEliminarMuchas gracias querida Juani, supongo que suplo mis carencias en las escritura con el sentimiento.
ResponderEliminarEn esta vida se es valiente cuando uno no se lo propone, cuando la vida te obliga,seguro que tu eres o has sido mucho mas valiente que yo, bssssss