martes, 31 de julio de 2012

La fuga de Eboli



Empezaba a ponerse el sol, y yo estaba cansada, cansada de sufrir, de vivir sin vivir.

Privada de libertad, enclaustrada, cautiva en mi propia casa por una traición, por saber lo que me hubiese gustado ignorar, se me encarceló por más motivos que escapan a mi comprensión, aludiendo a que no era buena administradora de mi vida ni de mis bienes. ¿Hasta cuándo cautiva?

Una hora tenía para mirar por aquel balcón con rejas, en el que casi ni la claridad entraba.

Conocía cada piedra de esa plaza, cada rincón del lugar que podía visitar una vez al día sin moverme, sólo con la mirada.

Dejaba que el aire acariciara mi rostro mientras cerraba los ojos e inspiraba, me imaginaba al otro lado por un momento, esto no podría durar mucho más....

Seguía cerrando los ojos con todas mis fuerzas. No quiero ver esa plaza todos los días, deseo pensar que ahora mismo ya no estoy aquí.

Pero las campanas se encargaban de devolverme a mi cruda realidad.

La angustia me atenazaba, ya anochecía y otra vez el calvario de intentar conciliar el sueño sin tenerlo, las horas ciegas las llamaba yo. Sólo a veces se colaba por alguna rendija algún tenue rayo de luna, cuando estaba en cuarto creciente o llena.

Los gatos maullaban fuera. ¿Por qué no podía yo ser uno de ellos? Mejor vida que la mía disfrutaban...


Tenia miedo, miedo de mi soledad, miedo de que alguien -mientras yo dormía- me robara la vida. Y así, noche tras noche, con ese ahogo en mi interior que a veces hasta mi aliento frenaba.

Al final, agotada, mi cuerpo ya cedía y se abandonaba al sueño inconsciente.

No fue así esa noche. De pronto, una sombra se movía cerca de mi. Escuché un susurro, pero no terminaba de adivinar lo que escondía la oscuridad. De pronto oí su voz:

- "Princesa,  soy yo, venid... rápido, no perdáis tiempo".

Apenas pude coger mi capa, mientras vislumbraba esa sombra, una sombra masculina,

- "¿Quien sois?", pregunté.

- "No perdais tiempo, pronto, salgamos ahora que todos duermen".

No conocía esa voz, pero me dio confianza... Además, ¡qué importaba! Me sacaría de allí...

- "No temais- repetía-, vengo a salvaros".

Bajamos las escalinatas casi en volandas, no recuerdo sentir el suelo bajo mis pies... Sólo el aire que corría entre mi cuerpo y los peldaños.

Ya en la calle, me tomó fuertemente por la cintura y me besó. Seguía sin ver su rostro, pero esos besos.... Ya los había sentido yo...

                                                               

El me abrazaba con más fuerza aún.

- "Princesa, hemos de marchar. No se como he podido vivir sin teneros cerca, y sin oír vuestra voz".

Estaba confusa. Sólo alcanzaba a adivinar su silueta fuerte y su larga cabellera. Debía de conocerle bien, pues en sus brazos me sentía bien segura.

- "¿Sois vos?", pregunté

-"Callad, señora, no debemos hablar ahora...".

Me subió a su caballo, atravesamos primero las plazas, las callejas oscuras 
... Ya fuera de la villa de Pastrana,  llanuras y páramos, bosques y riachuelos.

Pude de nuevo sentir el olor de la hierba, el viento que se enredaba en mi pelo... y la luz de las estrellas. Me sentía libre, ¡libre al fin!

- "¿Por qué os arriesgais? ¿Quien sois? ¿A dónde iremos ahora? ¡Nos harán prender", le dije.

- "No os preocupeis, Princesa, yo os protegeré. No temais... Nos esconderemos y luego seguiremos hasta llegar a un lugar seguro, donde ya nada os perturbará", me respondió.

Llegamos al castillo, no recuerdo su nombre... Estaba casi en ruinas, de Don Juan Manuel pudo haber sido... Nos acurrucamos junto a una pared y con las manos entrelazadas le susurré con voz temblorosa:

-"Soy libre entonces de nuevo, gracias a vos, y ni siquiera me dejais veros".

- "Es la noche - dijo él- la que no os deja ver, ni mi rostro ni mi alma...".

- "Mucho me estimareis para poner de esta manera vuestra vida en peligro".

El acarició mi cabello, y aún me aferré más a él. Quedé exhausta y me dormí en su regazo. Me parecía oír a lo lejos el murmullo del agua, alguna fuente o rio, o quizás el mar... No se si alguna vez vi el mar...

Sonaron fuertes las campanas.

- "Esperad, ¿dónde estais?"

No había nadie allí. El castillo estaba oscuro, o no estaba en el castillo... ¿Y la luna? Ya no iluminaba. El ya no estaba... Mi salvador había huido...

¡No!... De pronto sentí un escalofrío. Me encontraba de nuevo en mi torre, en mi lecho... ¿Un sueño? No ha podido ser un sueño... Yo lo viví, ¡fue real! Las lágrimas inundaban mis mejillas, la angustia volvía a apoderarse de mí, y pensé... Por un momento me fugué... Fue real... Y entonces el sol empezó a despuntar, mientras las campanas me devolvían a la cruda realidad.

8 comentarios:

  1. Me alegra que al final nos hicieses caso y abrieras un blog

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  2. Que bien Carolina, que sepas que soy tu segunda seguida.

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  3. Que bien Maria,no sabes la ilusión que me hace,sabia que serias mi fiel seguidora muchas gracias,y muchos bssss

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  4. Qué triste la realidad contrastada con ese anhelo de libertad y amor de la cautiva... Un beso.

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  5. si,triste y sobre todo angustioso...bsss
    que ilusión que me comentes!!!

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  6. Cómo me gustaría poder tener acceso al comentario que hice la primera vez que leí este precioso relato, me laegra que sea el elegido para la apertura de este bonito Blog donde el mayor premio es el de la lectura y la comnpañía de la buenas personas ¡Qué alivio encontrar este refugio Princesa amiga! Un beso.

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  7. Pues a mí me pasa lo que a Enrique… me gustaría poder acceder a donde leí este relato por primera vez y leer el comentario que escribí en su momento.
    Me ha gustado volver a leerlo en tu propio espacio…

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  8. intentare buscarlos,e insertarlos desde aquí,para que podáis leerlos de nuevo.
    bsss

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